miércoles, 14 de julio de 2010

Marino


No había pensado en escribirte nada, no había pensado en recordarte siquiera. No, no lo había pensado. No quería recordar que un día llegaste a la oficina de redacción con una cara de perfecto cojudo, arrastrando tu soledad y con una mirada que daba ganas de quererte, de ayudarte.

En realidad no me interesa ahora que seas gay, para nada, tengo buenos amigos que lo son y a quienes respeto y quiero, pero si hay algo que jode es tu miseria de ser un tipo silencioso, o al menos aparentarlo, por lo menos casi mudo hasta tomar un par de tragos y empezar entonces a hablar primero para acabar ladrando. Y ese arte de fingir para apuñalar después por la espalda.

Pero volvamos al día en que llegaste hasta esa oficina en la que por azahar del destino tuvimos que cruzarnos y yo… - Buenos días amigo ¿en que puedo ayudarlo? – y tú, con la cara del huevas tristes más grande del mundo balbuceaste tu nombre. Marino. Desde ese instante debí darme cuenta que eras un ser extraño, no todos los días conoces a un tipo con aire de Chaparrón Bonaparte que se llama Marino. Pero yo fui más huevas tristes que tú y te di mi amistad.

Me dijiste que no habías desayunado y te llevé a desayunar, quería que te sientas bien, sabía que eras forastero en tierra ajena, un ser humano en una tierra que le es ajena, porque tú acababas de llegar de otra ciudad. Pero como yo cuando niño casi todos los años cambiaba de colegio, sabía lo que era ser extraño, por eso hice lo imposible para que te sientas bien, porque te quise como un amigo. Porque yo sé como es la vida de jodida cuando llegas a un salón y todos te miran con mirada de inquisidor de la Santa Inquisición  preguntándose ¿y este usurpador que busca en este lugar? Y luego las buscadas de bulla sin razón.

Por eso te presenté al grupo de trabajo con todas las de la ley, quería evitar que sufras, que te sientas ajeno a un grupo de hablantines compañeros de trabajo que saben que no es bueno ceder un centímetro ante un extraño que tiene un nombre más extraño todavía y que mira de reojo a los chicos y más si son guapos.

Ay Marinito, que poco tiempo ha bastado para conocerte, para saber que eres un ser rastrero que apuñala por la espalda a la gente que alguna vez sació tu hambre y tu sed, tus miedos y tus borracheras cuando inventabas que estabas mal de la presión y no ibas a trabajar. Y yo como tu jefe, me hacia el desentendido, total eras mi amigo. Creo que aún si volverías a llegar un día con esa cara de mosco muerto – aunque en tu caso mosquita, porque bien que quieres ser una mosquita y ser abatida por el matamoscas erguido de un zambo formidable –

Pero si volvieras a cruzar el umbral de la puerta en una mañana cualquiera. Volvería a hacer lo mismo. Te volvería a llevar a tomar un café, te prestaría mi hervidor para que tus noches no sean tan frías y puedas llevarte algo al estómago, volvería a darte consejos para que no seas un huevas tristes, para que no seas un perdedor que se mira al espejo cada día buscando el rostro de una mujer.

Pero definitivamente no volvería a ser más tu amigo porque la amistad es una copa de cristal que cuando la bebes debes volver a llenarla, pero tú mi estimado, la llenaste con la sangre que me brotó por la artera puñalada que me diste y luego la quebraste. Así es mi estimado o mi estimada como  prefieras. Chico alegre.

Por ahora no hay más que decir. Excepto que desde fuera me llega el olor de la imprenta y ese ruido mónotono de las máquinas   imprimiendo las noticias de mañana, lo que significa que no has podido vencerme, perdiste soga y cabra mi querido… cabrito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario