lunes, 18 de octubre de 2010

El sapo y el pájaro


A ti, autor de mis días en el mundo, como cada 6 de octubre.

Eran dos seres muy distintos, dos animales de mundos distintos. Uno era un ave, frágil, de vuelo sosegado y alto, de plumas tibias y compleja estructura. El otro en cambio era un sapo, un animal anfibio al que le importaba el agua más que a todo en el mundo. Caminaba dejando huellas de humedad y su canto bajo la lluvia era una canción feliz.

Eran dos individuos diferentes, el ave comía poco, le gustaba comer lo necesario, era un ave de plumaje impreciso, volar de aquí para allá era su destino, un día aquí, un día allá; siempre en espera del amanecer para volar.

El sapo en cambio, sabía perfectamente lo que quería, engullía cuanto insecto encontraba en su camino, se había establecido en un pozo y se soleaba sentado en una gran piedra largamente. Su vida estaba atada a esa piedra húmeda de la entrada del aquel hoyo. Y con el tiempo y su esfuerzo compró los otros pozos vecinos, era un sapo hábil y afortunado.

El sapo era sedentario, estable, permanente;  el pájaro en cambio era nómada, errante, vagabundo. Los dos se sabían diferentes, se miraban distantes sin sentir envidia, el sapo feliz con sus pozos, el ave feliz con el cielo, aunque no le pertenecía lo sentía suyo.

Cuando la lluvia caía y arreciaba, el anfibio croaba de felicidad y se cobijaba en su pozo; el ave en cambio temía mojarse las alas y buscaba protegerse en cualquier lugar. Cuando el viento soplaba fuerte el sapo se aferraba temeroso de las piedras cercanas al pozo; el pájaro al contrario era feliz y se dejaba llevar por la corriente.

Los dos eran muy distintos, pero vivían en el mismo mundo, uno en el agua, otro en el aire, tan distintos y eran hermanos. El sapo hábil casando moscas, anunciaba las lluvias y se sumergía en el agua con asombrosa facilidad. El pájaro era un volador formidable, veía el mundo desde donde pocos podían verlo, desde lo más alto, veía paisajes que los ojos del sapo no alcanzaban a ver, eso le daba un horizonte amplio, era un pájaro enamorado.

En el país de los anfibios el sapo era admirado, era querido y estimado, su paciencia esperando en la oscuridad de la poza para que las moscas sean atrapadas por su lengua viscosa era siempre pregonada. Nadie más que él para dar saltos largos y para nadar en cualquier charco, habilidades que el ave no tenía y que nunca las tendría.

Cierta vez el ave intentó imitar al sapo y se lanzó a un pozo profundo para nadar como lo hacia el verdusco animal pero sus plumas se mojaron, su cuerpo se entumeció y fue varado como un frágil papel por las olas que el viento hacía y se salvó de morir de milagro.

El ave era apreciada por otras habilidades, su canto era mágico, era poesía en la mañana. Su grácil manera de volar no podía ser imitada por ningún cuadrúpedo, ni siquiera los insectos podían imitar su vuelo y las piruetas que hacía con sus plumas siempre sorprendían.   

Al comienzo el sapo y el pájaro no se llevaban muy bien, creían que sus diferencias eran insalvables, pero cierto día encontraron la forma de ayudarse mutuamente y desde entonces el ave tomaba al sapo del lomo y lo llevaba largas distancias usando sus alas, por su parte el sapo capturaba insectos que eran un deliciosos banquete para el ave.

El sapo anunciaba las lluvias y así el pájaro cuidaba su plumaje. El pájaro desde lo alto le anunciaba los peligros cercanos al sapo y se hizo una feliz armonía.

Desde entonces el sapo y el pájaro viven en un mismo lugar, una casa vieja con un patio descolorido en donde hay una fuente y desde donde se escucha cada día muy temprano desde el tejado el trino del ave que ha empezado a envejecer de tantas veces que las alas le fallaron. Y también se oye el croar feliz, desde la fuente, de un sapo cada vez más gordo por la vida sedentaria.
Y mientras tanto van pasando los días y mientras tanto va pasando la vida, la vida, la vida.  

miércoles, 13 de octubre de 2010

El más bello error



Era el editor de la sección provincias del diario, además tenía, como hasta ahora, una columna en la que abordaba temas de toda índole; política, actualidad, economía, pero principalmente Cultura.

El trabajo de editor de provincias me permitía relacionarme con todos los corresponsales de provincias; Cutervo, Chota, Hualgayoc, San Pablo, San Miguel, Contumazá, San Ignacio… con todas excepto con una. La provincia de Celendín.

Celendín tenía en ese entonces una corresponsal quien no enviaba sus notas al correo de provincias, sino que lo hacía directamente al correo de la directora de ese tiempo, la directora luego me los rebotaba al correo y así fue por meses. La historia se repetía diariamente. Yo sabía de la existencia de una corresponsal en esa provincia, pero no tenía ni su correo electrónico, ni un número telefónico, nada en absoluto, toda la información me llegaba a través de la directora.

Cierta mañana al llegar al diario encontré a la Directora ofuscada, beligerante y preocupada – Cambiaste el título de una noticia de Celendín, me llamó esta mañana la corresponsal y te anticipo que causaste un gran problema – me advirtió con notable disgusto, con iracunda mirada y con ganas de estrujarme contra la pared. Traté de explicarle que fue un error involuntario, uno de esos que sucede entre mil, uno entre un millón. Fue inútil.

Ella estaba disgustada, me extendió un papel con un número telefónico sin escucharme – Llámala y ve como solucionas eso- me dijo indiferente y se perdió por la puerta entre la claridad de la mañana.

Yo sabía que suceden deslices involuntarios al momento de editar las noticias, por eso, luego de revisar el texto publicado llamé al número que tenía en el estrujado papelito de mi mano izquierda. Una voz me respondió desde el otro lado de la línea, le expliqué que era el editor de provincias, el hombre que le había causado tantos problemas con la publicación equivocada de la noticia. – Soy el editor de provincias y lamento la torpeza cometida, sucedió accidentalmente, no me di cuenta – le dije con sinceridad. Y ciertamente cuando uno se encuentra en la edición, una llamada telefónica, un ruido molesto, unas palabras o cualquier cosa pueden hacernos perder la ilación y cambiar el rumbo de la noticia. Una sola llamada al celular puede ser fatal, romper ese trance casi yoga y desconcentrar al punto de olvidar lo que uno había pensado.

Lo bueno fue que me entendió, se notaba que era una mujer tolerante, tenía una voz agradable y me sentí bien de hablar con ella.

Esa conversación me sirvió no solo para obtener el  número telefónico de la persona sin rostro, de esa mujer desconocida a quien cada día le editaba su información; esa conversación me sirvió para obtener su correo electrónico, para hacernos amigos virtuales, esos que no se conocen pero que se sienten a través de los correos electrónicos y la fluida correspondencia.

A partir de entonces las cosas cambiaron. Cada día ella me remitía la información al correo electrónico de provincias, a veces al caer la tarde y entre noticias que llegaban de todas partes conversábamos cosas que ya no eran un tema noticioso.

Pasaron semanas y un día decidimos conocernos. Ella tenía que viajar hasta aquí para hacer unos trámites engorrosos, era cuestión de un par de días. El día que llegó nos encontramos en una cafetería, en un lugar del centro de la ciudad. Quedamos a cierta hora de la tarde. Ella apareció luego de unos minutos de espera. Después salimos a caminar hasta la noche y la madrugada nos sorprendió sentados en la banca de madera de una plaza frente a una iglesia de arquitectura barroca. Nos pasamos la noche hablando de arte, de todas esas cosas que me hicieron descubrir un camino hacia su alma. Nos pasamos la noche hablando de los libros leídos y los libros por leer, de aquellos que no se habían escrito, estuvimos entumecidos de frío pero no de aburrimiento, mientras los transeúntes cruzaban el parque arrastrando su cansancio.

Han pasado unos años desde esa tarde en la que nos vimos por primera vez, probablemente un día dejemos el diario porque el mundo está hecho de caminos que se aparecen a cada instante, como aquel que apareció esa mañana con la llamada telefónica que hice para enmendar el error de la noticia publicada. Uno nuca sabe que pasará mañana, la vida tiene siempre días inesperados.

Han pasado algunos años y en todos ellos me equivoqué muchas veces al realizar la edición de noticias, muchas columnas más transcurrieron, los días siguieron y nuevas ediciones fueron llegando cada día.

Hoy, después de tanto tiempo, mi hija Azul juega ajedrez sentada en la sala de la casa, me mira con ternura y grita feliz cuando gana la partida y no tiene miedo a equivocarse. Esa niña de dos años y medio que fue la mejor noticia que escribimos Ella - mi corresponsal antes, hoy mi esposa y a quien conocí gracias a un error de redacción-  sin el cual no habría conocido nunca el camino verdadero del amor. Aquella equivocación, la de esa noticia de un mes de mayo, fue sin duda el más bello error de toda mi vida. Un error de esos del que uno nunca se arrepiente y que con el paso de los días se hace cada vez más tierno.

martes, 31 de agosto de 2010

Chessman



Hoy es jueves 10 de junio. Ayer he tenido la necesidad de reconciliarme conmigo mismo, con mi padre, con las personas que he dejado de sentirlas cerca últimamente o con aquellas que he discutido por cualquier cosa (Lucecita sabe a que me refiero).

Ayer fui a ver a mi padre y lo encontré en la casa, esa que dejé de habitar tantas veces y en la que no vivo más, esa de la pérgola, la piedra de molino y la soledad impostergable espiando tras las cortinas que dan a los jardines exteriores.

Hemos ido a la casa en el campo a hablar de nosotros mismos, a hacernos saber que los días no vuelven y que es vano perder el tiempo en discusiones. Ayer mientras los bichos se apoderaban de nuestra piel y succionaban nuestra sangre como sanguijuelas malvadas.

Decidimos ir a ver a Oswaldo, mi tío y hermano de mi padre, a ver su agonía en una cama y a darnos de golpe con la pena. Llegamos a la casa en donde se encuentra tendido sobre una cama junto a un balón de oxígeno que le provee de vida y que le espanta a la muerte. El cubrecama tiene flores azules y marrones, varias almohadas levantan su cabeza y una ventana abierta deja entrar la luz a esa hora de la tarde.

Oswaldo agoniza, su cuerpo está herido – estoy seguro que no tanto como su alma – pero él resiste con los ojos cerrados, no sabemos si puede oírnos, solo sabemos que nosotros sí podemos oírlo, nosotros podemos mirarlo y decirle que lo amamos, lo hacemos interiormente, desde nosotros, un susurro insospechado e invisible que nos conecta como ese tubo que le da oxígeno.

La última vez que hablé con él lo encontré en la calle, a una cuadra de mi casa, o de la casa en donde yo habito. Él llevaba un sombrero de fieltro color marrón, lo que acentuaba su aire de poeta, el sombrero le protegía la operación del cáncer a la piel que hoy lo ha vencido y con el que lucha y luchó los últimos meses. Su mirada entonces ya no era la misma, había un dolor infinito en ella que gritaba desde esos ojos pardos profundos.

Él ha decidido luchar, aunque los suyos prefieran que se rinda –Homo hominus lupus- él ha decidido luchar del mismo modo que hace trece años lo hizo mi abuela, su madre, hasta que las huestes del cáncer metidas en su piel le ganaron la última batalla. Ellos decidieron luchar como yo no lo haría, como yo no lo haré, como yo no podré un día.

Las lágrimas cuando son verdaderas tienen una esencia diferente. La habitación está llena de ellas y ninguna es verdadera. La cama fría de metal, el piso tibio de parquet, las lágrimas vacías y la vida en agonía.

Salimos despidiéndonos de todos, no sé si volveremos a vernos Oswaldo revolucionario, Oswaldo poeta, adiós "Chessman" - Caryl Chessman, el genio que logró escapar de la muerte varias veces por su inteligencia y personalidad – tú que lograste reírte de la muerte tantas veces cuando tus huesos se quebraron, cuanto te despediste del alcohol en el 90 para siempre. – Cosa que tampoco he podio y que no sé si podré - Tu nombre me queda como legado como mi segundo y una flor marchita en mi corazón que sembraré en un poema junto a tu eternidad.

Salimos con papá hasta el auto y subimos en silencio, mudos, con las gargantas atravesadas por esos nudos que hacen las corbatas de tristeza cuando sabemos que hay cosas inevitables en la vida, cuando sabemos que hay cosas inevitables como la muerte.

Salimos y las luces de las calles anunciaban la nocturnidad de un día menos y nos perdimos por la ciudad iluminada inmensamente mudos, callados, con el alma dolida sin decir nada, nada…

A Marino le gusta leer mi web





Cada vez que llego a la oficina encuentro a Marino como una sombra en la inmensa sala de redacción. Urdiendo la manera más febril y avezada de atacarme, de darme un golpe artero casi imperceptible pero eficaz. Hace tiempo que me empezó a odiar desmedidamente.

Marino es un ser extraño que suele andar con chiquillos a los que lleva de la mano. Marino ha sido descubierto en sus abyectas salidas muchas veces. Una de ellas fue cuando una compañera de la sección locales, Catalina Rumorosa, lo descubrió, de inmediato la noticia no solo llegó a todos los rincones del diario, sino que  hizo llegar la noticia  hasta a diarios más contrarios de la competencia, los que publicaron veladas bromas en torno a ello. Marino había sido descubierto como un maricón.

En realidad no sorprendía que lo sea, sus ademanes lo delataban, su manera de vestir y ese andar de jinete insomne al que le han robado el caballo y no se ha percatado. A veces parecía que una escaldadura se hubiera instalado en sus posaderas y que le molestaba largamente. Caminaba como una vieja con incontinencia, pero el caminar de ese modo tan femenino lo deleitaba, se notaba en el brillo infame de esa mirada que soltaba lágrimas de felicidad, como un perro que segrega saliva luego de haber tenido un coito formidable. Como una pekinés que ha sido satisfecha, aunque marino de ser en un perro – que en cierta forma lo es- hubiera sido más bien un perro chusco y pulguiento. Un perro sucio hurgando entre los colgajos de otros perros callejeros.

Marino, me he dado cuenta hace tiempo, está buscando la manera de hacerme salir del diario en el que trabajo, de expectorarme, pero es un subalterno y no puede hacerlo. Hace tiempo que una de sus parejas ocasionales dejó una de las redacciones y él se siente frustrado, me cree el gestor de la salida del muchacho y me odia con un odio que solo había sentido antes de mis suegras. De las dos abuelas de mis hijos, un odio capaz de disfrazarse bajo la piel de un cordero, pero dispuesto a matarme en el mínimo descuido.

Marino me odia como una mujer a la que se le ha privado de algo que ella desea febrilmente, es un ser miserable y abyecto al que la vida lo ha llenado de frustraciones y dolores y parece que de muchos dolores más desde que descubrió que no podía amar a las mujeres y que le gustaban los chiquillos, los varones, los hombres. Desde que decidió vivir en el closet y aparentar ser un macho cuando en realidad cada vez que veía a uno se le escapaba el aire con un suspiro profundo e involuntario.

A Marino se le ha dado por leer las cosas que escribo en mi web, - que en realidad es un blog que manejo hace más de cinco años – ha intentado analizar cada uno de mis movimientos, hacerme un seguimiento y detectar mis puntos vulnerables, aquellos de los que podría sacar provecho. Primero descubrió – al menos eso creyó- que yo tenía una amante entre la gente del diario, pero se equivocó. Entonces empezó a fisgonear mis conversaciones telefónicas con ese aire a Chespirito, haciendo de lado su cabeza con esa actitud de gallo que pretende mirar hacia lo alto. Empezó entonces a darme la fama de saco largo, decía que Luz – la mujer a quien amo- me llamaba cada cinco minutos por el celular, que me tenía presionado y que yo era un pelele de su amor, que ella me tenía dominado, sometido. Esa fama que me obsequió se extendió rápidamente por las oficinas de redacción y por el set de televisión y yo me sentí feliz. Feliz de verlo tan infeliz por saber que una mujer me amaba tanto, como a él nunca lo amarían, como a él nunca ningún zambo levantador ni ningún chiquillo calentón lo iba a amar. Como ningún agarre cantinero lo iba a querer siquiera, porque a él nadie lo llamaba para nada, y si eso sucedía el se sonrojaba y se apresuraba a salir de la oficina para contestar el teléfono móvil, emocionado, apabullado, esperando oír un ronco acento que le diga – ¿cuando nos vemos? – una voz varonil que le diga que lo espera en una cantina para que él le compre unas cervezas y después le haga el amor en la soledad de su habitación y otra vez  de nuevo se marche dejándolo más solo todavía, solo y adolorido. Hasta una próxima vez en que la voz varonil de nuevo necesite beber unas cervezas y vuelva a llamarlo.

Por eso a Marino le molestaba que Luz me llame a cada instante y que yo le diga –Hola mi amor, ¿como has estado?- sin tener que salir despavorido a contestar donde nadie pueda oírme. Y le molestaba también oír hablar de mis hijos de sus gustos y travesuras, porque Marino no tenía hijos, y tampoco creo que llegue a tenerlos, porque Marino nunca va salir del closet para adoptar un niño, porque Marino detesta la felicidad por el solo hecho de que a él siempre le ha sido esquiva y huidiza.

El tercero intento fue el de indisponerme con mis compañeros de trabajo, para ello se valió de sus más bajas estrategias, experto chupamedias, franelero, sobón, mermelero y rosquete. No pudo hacer mucho dada la poca credibilidad que tiene entre el grupo que lo margina y no lo quiere. Buscó etiquetarme como un chico suave, es decir como un colega suyo, cuando descubrió que tenía un blog de poesía. No sabía que había publicado varios libros y que me habían publicado en otros países, entonces le salió el tiro por la culata y se sintió avergonzado.

Por eso ha seguido buscando minuciosamente las huellas de mi vida, mis movimientos, mis afectos, mis amigos, mis enemigos, mis debilidades. Solo ha podido encontrar algunos deslices bohemios y alcohólicos en noches de tertulia, pero nada que pueda serle útil. Nada que pueda servirle en realidad.

Por eso mientras se toca en su cama, piensa en mí y en la manera de hacerme daño, de vengarse por el amante que despedí sin que le diga adiós, porque aunque quiere no puede hacerlo retornar. Ahora quiere que me vaya, pero tampoco puede hacerlo. Se siente enfermo cuando ve que mi columna sale diariamente publicada en el diario y que él es incapaz de escribir un párrafo completo, se siente morir cuando ve que mis amigos, escritores notables, llegan a la oficina y me obsequian sus libros para leerlos y hablar de ellos en la columna que escribo, se siente mal cuando ve que las chicas que trabajan en la oficina me quieren y me tratan con amabilidad. Y se siente peor cuando cree que tengo una amante y no tiene modo alguno de probarlo. Eso le agradaría, destruirme moralmente. Tampoco ha podido.

Marino es un gusano gordo al que puedo aplastar en cualquier momento, pero es mejor dejarlo sufrir, en esa su miserable existencia, su soledad y su abandono. En una vida en la que es enteramente infeliz, ahogándose en su envidia, con insomnios febriles a medianoche, pensando en la manera de darme el golpe definitivo para ser feliz aunque sea por un instante.


jueves, 26 de agosto de 2010

La paloma


Una pareja de palomas había hecho un nido en el tejado de mi habitación. Todos los días las veía ir y venir trayendo hojas, ramas pequeñas, hilos y todo cuanto pudiera servir para construir su preciado nido. Ambas trabajaban a la vez, iban y venían sin parar. Después de varios días parece que habían conseguido instalarse adecuadamente entre la maraña de cables telefónicos y las vigas del techo.

Cierto día una de ellas apareció muerta, enredada en el hilo de una cometa que debió arrancarse con la fuerza del viento. Sobre el techo de la vivienda de enfrente la paloma esta yerta, enredada en el cable que le significó la muerte.

Desde entonces he visto a su pareja mirando el tejado con tristeza, picoteando junto a ella como en un rito fúnebre y lúgubre. Haciendo un sonido gutural como si fuese un llanto.

No sé porqué, después de ese día. La paloma solitaria decidió dejar su nido y construir otro a solo unos metros del primero. Un nido nuevo, como si el anterior le trajese recuerdos tristes.

Ha vuelto a traer en su pico, hojas secas, y ramitas de todas partes y cada vez que llega la tarde se acerca hasta el cadáver enredado de la que fuera su pareja para arrancarle algunas plumas que las traslada a su nido.

No sé exactamente cual es el pensamiento de ese animal tan tierno, pero estoy seguro que tiene un sentido. Vuela desde su nido hasta el cuerpo muerto de la paloma, pica las tejas y mira al cielo. Un cielo que lo contempla distante y que no le dice nada.

jueves, 19 de agosto de 2010

Los hijos también mueren de pie


 

Esta debe ser la última columna que escribo, tú mejor que nadie sabes la razón. El tiempo se acabó, es hora de buscar la aurora en otras partes. No voy a seguir sembrando en un desierto, esto de navegar sin brújula en un mar sombrío no es para mí. Tengo que irme. Las estrellas no son suficientes para seguir un rumbo. El viento cambia a cada instante y me he convertido en una cometa a la que el viento arrancó su hilo. Ya no soy el mismo.

He transitado por todos los caminos que no hubiera querido alguna vez, sin embargo, nada de eso ha sido malo, hoy lo sé mejor que nadie. Es mejor partir ahora que la casa de madera aún sigue en pie. Y que la casa vieja frente a esa cárcel hoy vacía aún no se ha derrumbado. No es bueno ver morir los lugares donde uno ha vivido. No es bueno ponerse a llorar para ser feliz.

Cada vez que pretendí hacerte sonreír las lágrimas acabaron inundando tu mirada, cada vez que te pedí que me esperes no cumplí conmigo mismo, hoy estoy arrepentido.

Esa vieja biblioteca se queda para recibir otras miradas. Otras manos que la acaricien y que la hagan crecer. La vida es un libro abierto que deshojamos cada día, pero así también como los libros, tiene un prólogo y un epílogo y un índice de días tristes. La vida es también un libro viejo en el estante aguardando ser leído.



Los geranios han crecido más, su olor se agita por las noches. Hubiera preferido que no corten la buganvilla ni la fuente, pero no se puede ir en contra del destino. Tampoco hubiera querido que tanta gente se ausente de mi lado, ni que esa paloma que murió frente al tejado tenga que morir atrapada en el hilo de una cometa de un niño soñador, pero no se puede luchar contra el destino. Las cosas que están escritas, siempre tienen el mismo final ineludible, inevitable.

Alejandro Casona decía que los árboles mueren de pie, tú y yo sabemos que no es así, que no es verdad, que es una mentira, pero sabemos también que los hijos sí mueren de pie, al menos eso fue lo que siempre me enseñaste… Esa tarde en Hualgayoc, cuando me caí sobre las piedras azules de la calle por cruzar corriendo a la casa de la abuela, eso fue lo que me dijiste, eso fui lo que aprendí.

Me aferré siempre pese al viento, al invierno y al otoño. Me aferré a tu tristeza de mañana limpia, a tus esperas cotidianas. Solo tú sabes cuanto te amo… cuando llego abatido a casa sin ganas de vivir, tú me esperas para decirme que las cosas malas pasan, que son hojas secas que el tiempo arrastra. Hoy que cumples un poco más de tristeza me acuerdo de la casa de madera, del jardín de flores anaranjadas, de la pila de agua, de esa mina por la que los hombres salían sin saber que en poco tiempo morirían, de esa felicidad hoy ausente, de tus manos llevándome a la escuela y regresándome a casa. Hoy más que nunca te amo madre, más que nunca, aunque yo ya no sea el mismo.



martes, 17 de agosto de 2010

Robot color verde sobre el estante


Este cielo azul hoy menos azul que antes, es casi celeste. He retornado una vez más a casa con las ganas de dormir. A veces la vida se convierte en una herida que nunca cierra, que se abre a cada instante y que la piel que la cubre es un tejido de dolor perpetuo. La vida a veces no resulta, entonces empezamos a buscar en los estantes de nuestra soledad esos recuerdos que guardamos inútilmente, casi siempre inútilmente.

Junto a los libros de García Lorca tengo un robot rojo y verde a pilas. Es un recuerdo de los días felices cuando jugábamos con mi hijo Jaime Javier, un robot al que los días le llegan como olas distantes de abandono. Mirarlo me produce mucha pena a veces, otras en cambio, me llena de felicidad y me evoca los juegos y su emoción derramándose por la casa de San Agustín.

No sé cuantos años dejé de habitar esa casa, creo que cinco o cuatro, no lo sé. Pero el día que la dejé prometí no volver a ella nunca más y hasta ahora lo he cumplido. La casa de San Agustín fue mía por más de quince años, en ella viví, sufrí, lloré, pero también fui feliz, muy feliz.

Las casas son como las personas, debemos retirarnos de ellas en el momento apropiado y para siempre. Yo sabía que al apartarme de ella nunca más retornaría, como esos afectos infieles a los que uno solo vuelve con el recuerdo y con el rumor de un tiempo ido.

Los seres humanos siempre guardamos recuerdos, siempre vivimos atados a un ayer que no nos deja y que nos atrapa, que nos llama cada vez que lo miramos. Las casas son la tumba de nuestros días, tristes o felices, todos quedan sepultados al final entre tiempos transcurridos.

El robot de Jaime me mira con sus ojos brillosos, a veces presiono el botón de su espalda y lo echo a andar. Entonces un ruido de motor se escucha y él mueve los brazos y empieza a caminar. Junto al robot hay un tren, o lo que queda de un tren, debo decir, trozos de su estructura, un tren que es el recuerdo de mi niñez.

Las cosas de otro tiempo siempre nos evocan algo. Siempre son una razón. Lo curioso es que nosotros envejecemos y ellas no tanto, siempre están quietas, observándonos desde donde las hemos sembrado, llenándose de polvo y de días.

El robot de Jaime es ya tiene diez años. Tiempo que tiene mi pena, su ausencia y mi esperanza de encontrarlo un día, para contarle que guardé su robot como se guarda un trozo de la historia, como se guarda un huaco, una vasija milenaria o un barco de papel que nos transporta hasta algún instante, como el pétalo de una flor que nos trae desde lo más distante una vieja historia de amor.

lunes, 26 de julio de 2010

Día domingo




El domingo fue el desfile de mi hija Azul, fue su primer desfile en una plaza bulliciosa. Azul era la mujer más linda de esa plaza llena de niños. Su falda blanca con unos tirantes, un saco azul como su nombre, una gorra que semejaba la gorra de un capitán de navío, una insignia de escolta en su brazo derecho, un gran cordón dorado y unas cadenitas que sujetaban la blusa como si fueran hilos de oro. Toda ella sobre unos zapatos blancos impecables, nuevos como la mañana soleada de ese domingo.

Los tediosos protocolos y discursos siempre son aburridos. Las autoridades siempre hablan tonterías. Que el Perú, que la patria… Otros niños, de escuelas diferentes se habían disfrazado de soldados, con trajes de camuflaje y metralletas de juguete, con pistolas y granadas. Otras niñas vestidas de enfermeras cargaban una camilla. Nunca entendí porque para las fiestas patrias en mi país vestían a los niños de enfermeros, de médicos y camilleros como si se tratase de una guerra. Otros vestidos como Rambo parecían hacedores de una guerra imaginaria.- Todas las madres y los padres, me incluyo entre ellos- corríamos embobados con cámaras digitales, filmadoras o simplemente corriendo por correr, por estar cerca de los hijos que no sabían bien a qué se debía tanto alboroto y porqué tantas personas hablaban a la vez.

Luz y yo hemos seguido cerca ese episodio nuevo en la vida de nuestra hija. Hemos tratado de llevar las cosas como dos padres deben hacerlo con la hija que aman. Quizás porque sabemos que la existencia de la infelicidad de mañana depende de la felicidad que podamos dar ahora. Y porque queremos que ella sea feliz como no lo fuimos nosotros. Por eso hemos buscado entre las tiendas los detalles de última hora, esos que las profesoras siempre olvidan pedirlos y los recuerdan siempre cuando faltan cinco minutos para que empiece la marcha.

Por eso hemos preferido ser los dos como uno solo, caminar tomados de la mano. Y Azul feliz. Feliz de ver a dos padres que se aman y que atienden cada detalle que hace falta. Hemos hecho lo imposible esa mañana para ser felices los tres, para hacer del tiempo un ventanal detenido por el que se asome nuestra mirada a un mañana acertado. Azul nos miraba con afecto, con esa risa que una niña de dos años puede tener en el primer desfile de su vida.

He tenido que regresar cargado de nostalgia en un bus lleno de gente. Lleno y vacío, después de una noche sin poder dormir. Dejar a la gente que amo en un lugar para buscar a la demás gente que amo en otra parte. Hacer maletas todo el tiempo para entregarme por amor y pese a todo estar incompleto porque alguien tuvo la idea de robarse a mi hijo cuando tenía tres años. Eso me hace sentir mal. Me hace sentir que la vida tiene una deuda conmigo y pienso entonces que no es justo llegar a escribir y pensar que la vida no es muy buena últimamente, que se ha hecho agria y salada, que la fiebre de medianoche se repite con más frecuencia.

Un día todo esto va a terminarse, todo este dolor que empieza a hacerse parte de mi sangre. Un día esto va tener un punto y no será aparte. Con ello se habrán acabado las dudas de vivir sin sentido. De estar rodeado de gente y sentirme solo.

Cuando era niño las cosas eran diferentes. Cuando eres niño todo es diferente. Los helados son más fríos y más dulces. El agua es más fresca y la lluvia te moja más que ahora.

De repente el bus frena fuerte y los pasajeros somos como fósforos en una caja agitada por la mano de un gigante. La gente grita, se escuchan piedras que caen al vacío y yo estoy feliz pensando que ha llegado la hora del punto final. La hora tantas veces esperada.

jueves, 22 de julio de 2010

Yo no sé mañana


Es viernes por la tarde y hace frío. Mi hija Patricia Azul, juega con unas crayolas, pinta, hace líneas y canta una canción que la hace feliz mientras escribo en la computadora, la canción se termina y me pide que la repita, se vuelve a terminar y ella insiste que la repita una y otra vez. El You Tube se ha pasado más de dos horas cantando la misma melodía que está de moda.

La salsa nunca me ha gustado mucho, siempre he sido más bien un romántico que amaba otras canciones, pero hoy Azul me enseña una nueva canción a fuerza de escucharla “Yo no sé mañana…” de Luis Enrique, un salsero moderno que canta con ciertos aires de divo y que además no lo hace mal, la canción ha empezado a meterse en mi cabeza, empiezo a aprenderla y encuentro un estribillo que me resulta sugerente para un momento así.

“Yo no sé mañana, si se acaba el mundo, si estaremos juntos” Y yo no sé porque esa letra empieza a gustarme, mientras mi hija escribe en un cuaderno líneas indefinidas que semejan las mordidas de un tiburón, ha descubierto que las paredes y el piso son un paisaje en blanco sobre el que se pueden inventar historias de colores también, mientras yo descubro que mi hija es un alivio a estos días aciagos que me dan más frío todavía.

Desde la calle llega el rumor de la ciudad que se acomoda con la noche, los motores de los carros son ronroneos metálicos que van y vienen y el rumor de la gente llega como olas que se acercan a la playa de la ventana y luego se marchan incesantes. Luis Enrique sigue cantando en los parlantes y la monotonía de su voz me empieza a parecer cada vez mejor. Cada vez esa canción se parece más a una balada.

Yo no se mañana… Tampoco yo sé, pero he preferido estos días no pensar en ello, he preferido no disgustarme perdiendo tiempo pensando en el ayer o en la sombra que dejamos al caminar, prefiero mirar adelante y dejar de sentirme solo. Prefiero escribir para sentirme acompañado y estar al lado de mi hija que canta como nunca había pensado escucharla cantar una canción tan larga, canta con vehemencia y solo hace un par de meses cumplió los dos años.

De pronto decide empezar a bailar con esa inocencia que es habitual en ella, se acerca moviéndose y me mira a los ojos. Yo no sé mañana… balbucea en un lenguaje insipiente y travieso, su mirada ha quedado adherida a la mía, sus ojitos brillan y la canción sigue Yo no sé mañana…

Yo no sé mañana, yo no sé mañana… esta vida es igual que un libro, cada pagina es un día vivido, no tratemos de correr antes de andar…

La noche ha caído y el frío se ha hecho dueño de cada rincón del cielo, la luna inmensamente llena surca el horizonte como un viejo naufragio que se resiste a ser encontrado. A esta hora la pena es más larga y bailo tomado de la mano de mi hija de dos años como nunca antes lo había hecho, totalmente sobrio, cantando, siendo feliz con su mirada y con su inocencia, esa que tararea la canción de memoria sin dejar de mirarme y me tiene tomado de mi alma con su mirada y me hace bailar como si fuera un muñeco de trapo.

Yo no sé mañana… Para que pensar y suponer, no preguntes cosas que no sé, yo no sé…

Luis Enrique sigue cantando desde la red y me siento feliz de haberlo conocido en esta tarde de mayo y agradecido de que me haya enseñado la mirada más tierna del mundo desde los ojos de mi hija Azul.
 
http://www.youtube.com/watch?v=KETAdglAVGg

Las palomas también comen popcorn



En el techo de mi casa han anidado unas palomas. Son una pareja, asumo que es una paloma y un palomo. Los he visto diariamente ir y venir trayendo hojas secas en sus picos, plumas, tozos de papel y todo lo que pueda serles útil para el acto de ser padres. Han anidado entre la maraña de cables de teléfono y luz que pasa por el exterior de la casa. Son felices en ese lugar a donde los humanos no podemos llegar. Están entre el tejado y el vacío. Un buen lugar para anidar. Las palomas sí que saben hacer nidos seguros.

Por ahora se pasan el día en ese su habitáculo. Seguros. Sin nadie que pueda alcanzarlos ni curiosear entre su nido. Desde lo alto caen a la calle sus deyecciones, que en poco tiempo son muchas. Verdes y blancas. Una mixtura de colores indefinidos.

Se cagan por el balcón de mi habitación que da a la calle. He descubierto que les gusta asomarse por la ventana. A veces les doy maíz perla, pop corn, palomitas de maíz sin preparar, puro maíz. Al comienzo pensé que no lo comerían, o peor aún, que cuando lo hayan comido corrían el riesgo de que en su buche exploten como lo hacen en las ollas y acaben muertas llenas de palomitas de maíz. Felizmente eso no ha pasado y cada día se acercan en busca de algo que puedan comer. En busca de amor.

Los hombres también somos como las palomas, anidamos en cualquier parte. Buscamos comida diariamente. Necesitamos de amor y solemos buscar abrigo cuando la noche llega.

A veces nunca más volvemos al nido. A veces otras aves dejan sus huevos en el nuestro y luego de empolladas tienen otro perfil, otro color y vuelan distinto a nuestro vuelo.

jueves, 15 de julio de 2010

El set


Era tarde y teníamos que entrevistar al ex presidente, la noche caía y había un ajetreo en todo el edificio. El ex presidente era un hombre rancio entrado en años. Cetrino y con un aire a Roberto Gómez Bolaños. Un Chespirito de la política. Nos había hecho esperar horas para la entrevista y finalmente parecía que nos había plantado. De pronto me llama Frida a decirme que el ex presidente estaba en camino con una caravana de seguidores y ayayeros. Hubo entonces que pensar en que finalmente sí se hacía la entrevista y tuvimos que encender los reflectores hechizos en un set modesto del canal en el que trabajaba.

Después de media hora Alejandro llegó rodeado de sus amigos, su seguridad y un grupo de franeleros que eran capaces de limpiar el suelo por donde su amo iba a pasar. El set quedaba en el tercer piso, hasta él llegaron unos hombres de aspecto rudo, miraron los ambientes con minuciosidad, revisaron las mesas, las cámaras. Parece que Alejandro era desconfiado o quizás era un acto de presunción.

Después de un momento apareció un tumulto, en medio de él se encontraba el hombre cetrino con mirada profunda, una chompa roja tejida y un atuendo sencillo. El hombre nos estrechó la mano con cordialidad, era el típico político en campaña.

Miró el set  con curiosidad, tras la estructura de cristales habían quedado viejos congresistas que hoy no eran nada, ayayeros y agentes de seguridad. Estábamos en una cápsula llena de luces, Pedro, mi coentrevistador Alejandro y yo. – Es increíble como en provincias se ingenian para hacer un set de televisión – dijo Alejandro sonriente. Yo me sentí avergonzado, sentí que la sangre se me arremolinó en la cara, lo miré con vergüenza. Al final el cholo venía de Harvard y había sido el presidente de un país. No dije nada. Me olvidé que la entrevista estaba a punto de empezar; las caras tras de las ventanas del set daban vuelta en mi cabeza, veía los rostros con sus narices achatadas como un cuadro surrealista que se reía de ese set modesto y de sus gigantografías poco felices. -No voy a votar por ti cholo-. Pensé. -No voy a votar por ti porque te has burlado de mi set, de mis reflectores hechos con latas y florescentes, de mis trípodes de treinta soles, de mis banquitos de madera y de mi vaso de agua de caño-.

Después de una hora de entrevista, antes de que el ex presidente se fuera nos agradeció con afecto, nos dio la mano y se marchó con ese séquito de lameculos. Yo me quedé pensando que en este mundo el arte de embaucar es muy sencillo.

Desde la ventana se veía un mar de gente mientras las sirenas de un patrullero abrían paso a la negra camioneta que se llevaba a Alejandro a un hotel exclusivo en el que bebería varios whiskys  Etiqueta Azul luego de lo cual se sentiría un Inca emperador pero jámas un blanco aventurero.

miércoles, 14 de julio de 2010

Marino


No había pensado en escribirte nada, no había pensado en recordarte siquiera. No, no lo había pensado. No quería recordar que un día llegaste a la oficina de redacción con una cara de perfecto cojudo, arrastrando tu soledad y con una mirada que daba ganas de quererte, de ayudarte.

En realidad no me interesa ahora que seas gay, para nada, tengo buenos amigos que lo son y a quienes respeto y quiero, pero si hay algo que jode es tu miseria de ser un tipo silencioso, o al menos aparentarlo, por lo menos casi mudo hasta tomar un par de tragos y empezar entonces a hablar primero para acabar ladrando. Y ese arte de fingir para apuñalar después por la espalda.

Pero volvamos al día en que llegaste hasta esa oficina en la que por azahar del destino tuvimos que cruzarnos y yo… - Buenos días amigo ¿en que puedo ayudarlo? – y tú, con la cara del huevas tristes más grande del mundo balbuceaste tu nombre. Marino. Desde ese instante debí darme cuenta que eras un ser extraño, no todos los días conoces a un tipo con aire de Chaparrón Bonaparte que se llama Marino. Pero yo fui más huevas tristes que tú y te di mi amistad.

Me dijiste que no habías desayunado y te llevé a desayunar, quería que te sientas bien, sabía que eras forastero en tierra ajena, un ser humano en una tierra que le es ajena, porque tú acababas de llegar de otra ciudad. Pero como yo cuando niño casi todos los años cambiaba de colegio, sabía lo que era ser extraño, por eso hice lo imposible para que te sientas bien, porque te quise como un amigo. Porque yo sé como es la vida de jodida cuando llegas a un salón y todos te miran con mirada de inquisidor de la Santa Inquisición  preguntándose ¿y este usurpador que busca en este lugar? Y luego las buscadas de bulla sin razón.

Por eso te presenté al grupo de trabajo con todas las de la ley, quería evitar que sufras, que te sientas ajeno a un grupo de hablantines compañeros de trabajo que saben que no es bueno ceder un centímetro ante un extraño que tiene un nombre más extraño todavía y que mira de reojo a los chicos y más si son guapos.

Ay Marinito, que poco tiempo ha bastado para conocerte, para saber que eres un ser rastrero que apuñala por la espalda a la gente que alguna vez sació tu hambre y tu sed, tus miedos y tus borracheras cuando inventabas que estabas mal de la presión y no ibas a trabajar. Y yo como tu jefe, me hacia el desentendido, total eras mi amigo. Creo que aún si volverías a llegar un día con esa cara de mosco muerto – aunque en tu caso mosquita, porque bien que quieres ser una mosquita y ser abatida por el matamoscas erguido de un zambo formidable –

Pero si volvieras a cruzar el umbral de la puerta en una mañana cualquiera. Volvería a hacer lo mismo. Te volvería a llevar a tomar un café, te prestaría mi hervidor para que tus noches no sean tan frías y puedas llevarte algo al estómago, volvería a darte consejos para que no seas un huevas tristes, para que no seas un perdedor que se mira al espejo cada día buscando el rostro de una mujer.

Pero definitivamente no volvería a ser más tu amigo porque la amistad es una copa de cristal que cuando la bebes debes volver a llenarla, pero tú mi estimado, la llenaste con la sangre que me brotó por la artera puñalada que me diste y luego la quebraste. Así es mi estimado o mi estimada como  prefieras. Chico alegre.

Por ahora no hay más que decir. Excepto que desde fuera me llega el olor de la imprenta y ese ruido mónotono de las máquinas   imprimiendo las noticias de mañana, lo que significa que no has podido vencerme, perdiste soga y cabra mi querido… cabrito.

jueves, 8 de julio de 2010

Brisa

Habíamos cruzado la Avenida Collins. Miami es una ciudad fría por la mirada de su gente, por sus calles amplias que no te acercan a nadie y por que el suelo entero está cubierto de concreto, exceptuando algunos jardines breves y sus blancas playas llenas de mujeres en toples y sus piernas largas cruzando la costa de lado a lado.

Mi padre tenía más de cuarenta años, mi hermano 16 y yo 17. Caminábamos por la playa blanca del hotel. El Océano Atlántico mojaba nuestros pies desnudos mientras las rubias hermosas cruzaban por nuestro lado y nosotros teníamos las ansias infinitas de admirar sus pechos desnudos. Pero era imposible con un padre severo caminando al centro. Disimulábamos y mirábamos de reojo hasta hacernos doler los ojos, hasta quedarnos viscos y con los ojos muy torcidos.

Ellas, las mujeres bellas y casi desnudas caminaban por nuestro lado con sus pechos movedizos. Con sus senos grandes moviéndose de arriba hacia abajo. Sacudiéndose como la lengua de un animal cansado.

Nuestros pies se hundían en la arena húmeda. Nuestras ansias. Jack –mi hermano – No soportó más y anuncio su cansancio y sus ganas de sentarse en la arena para mirar el mar según él  y se sentó mientras mi padre y yo caminábamos como bobos por la playa.

Mi hermano sentado más que el mar y las gaviotas miraba los senos bamboleantes de las rubias estupendas con sus tangas de colores, sin hacerse problemas, sin más que el meneo de sus pechos florecientes besados por la brisa del pacífico.

Cuando retornamos de caminar, mi padre y yo . Encontramos a mi hermano con una mirada robusta y feliz y con las pupilas embriagadas por esa tarde mañana feliz.

Nosotros nos perdimos esa oportunidad por temor a decir la verdad.

miércoles, 7 de julio de 2010

Ghost

La casa en la que habito – prefiero decir en la que habito a decir en la que vivo, porque no vivimos en una casa, morimos diariamente en una casa, envejecemos cada día un poco, cada día somos más viejos y es preferible decir habito – es una casona antigua, le perteneció al obispo francisco de Paula Grosso, dicen que fue un obispo bueno, un hombre que tuvo todo en vida y por eso se hizo una casa de miles y miles de metros cuadrados, una casa de infinitos balcones y ventanas decoradas, de extensos patios y huertas frondosas, con un ático inmenso y misteriosos que parece devorarse no solo el tiempo sino también historias de otros tiempos.

La casa es antigua pero ha sido reformulada con nuevos pisos y algunas paredes, con elementos arquitectónicos modernistas. En ella tengo una habitación que es amplia, enorme para mí, su altura sobrepasa los tres metros, el piso es de madera y tiene un balcón bello hacia la calle, un balcón decorado lleno de historia. Las paredes son gruesas y alcanzan los 80 centímetros de ancho, en el techo hay vigas que sostienen un ático misterioso al que no he penetrado pero lo haré para develar ese misterio. Mi habitación tiene dos puertas que son amplias una tiene dos hojas y es muy antigua.

No tendría nada de extraño si no fuera porque el Obispo antes de morir destinó la propiedad a una hermandad de monjas para hacer en ella un asilo de ancianos. Entonces la casa inmensa fue habitada por monjas y ancianos, por seres dedicados al rezo y a contar sus últimos días en soledad hacia la muerte. Y el espacio que hoy habito en el que duermo y sueño, en el que escribo y pienso, fue habitado por una monja de agrio carácter que tenía como compañera su soledad. Parece que su esencia se quedó en las paredes, su alma se impregnó en las paredes y en las puertas y son habitantes silenciosos y me hacen compañía.

Se pasean por el cuarto cuando las luces se apagan, se escuchan sus pisadas, sus jugueteos con los libros, el crujir del colchón cuando se sientan a los pies de mi cama y los libros se caen inexplicablemente de la biblioteca sin ningún motivo. He visto a una mujer sentada en la orilla de mi cama dándome la espalda, su cabello ensortijado y corto. Con una chompa granate miraba pensativa a mis estantes llenos de libros.

Hay otros que son más bien pequeños y que bajan por una puerta inexistente en el centro del techo, ella se abre cuando llega la medianoche y estoy dormido y saltan en bandada por la mi habitáculo.

Cuando llega la madrugada y los primeros cantos de las aves anuncian que la luz del día está llegando al mundo, yo por fin puedo correr el velo de las sábanas que me cubren y sentirme bien. Confiado de que se han ido a ese mundo en desde donde me observan diariamente sin que yo me de cuenta.



lunes, 5 de julio de 2010

Crimen perfecto



Es tarde y el ambiente en el que me encuentro es siempre lúgubre. Llevo días de discutir conmigo mismo, de no encontrarme pese a que me he buscado en todas partes y pese a que no he querido perderme en ningún instante. Hoy es un día de esos malos.

Sé que cuando despierto no debo llamar a nadie. Sé que debo quedarme inmóvil, sin abrir los ojos siquiera para recordar lo que he soñado y volver a vivirlo intensamente. Pero cada vez que amanece se me da por llamar y antes de encender la radio para escuchar las noticias tristes de siempre me urge llamar y nadie me contesta. Odio la maldita casilla de voz y ese tono que dice deje su mensaje en la casilla de voz, esa voz enfermiza, voz muerta y vacía.

Pero desde que se malogró la terma la vida es más feliz, el agua siempre goteaba y había que encenderla una hora antes. Ir corriendo a encenderla y volver a la cama a intentar dormir un poco más. Pero la terma por fortuna se malogró y la ducha eléctrica llegó una mañana con una manguera tonta que no creo que nadie la use mojándose sus más álgidos recovecos.

Y la ducha también mal instalada para variar de cuando en cuando daba ciertos sacudones. Que tragedia morir desnudo, electrocutado y con una puerta bien asegurada, y que venga después la policía y el fiscal y los curiosos y te encuentren calato tirado en la ducha. Yerto. Y la ducha eléctrica solía pasar la electricidad por esa llavecita metálica, sobretodo por los dedos que tienen esas pieles levantadas junto a las uñas, esos pellejitos que no sé a quien diablos se le ocurrió llamar “padrastros” – supongo que será por lo jodidos, aunque nunca he tenido uno pero si tuve una madrastra, y era una piedra en el zapato o yo lo era para ella, pero esas pielecitas jodidamente levantadas deberían llamarse madrastras, Mirtas, o caza fortunas – Pero la ducha eléctrica finalmente un día explotó y fue un alivio porque hubo que ducharse con agua fría, inmensamente fría, inmensamente jodida. Y descubrí que el agua fría es maravillosa, te quita la modorra matinal, te obliga a ser más rápido y no caer en el sopor del agua tibia. El agua fría en la mañana nublada es un bálsamo para cualquier dolencia infeliz, para cualquier temor matutino que suele envolver a veces nuestros días.

Y la ducha quedó adoleciendo de frigidez desde ese día, se acabaron los temores del triste espectáculo de la policía rompiendo la puerta del baño para rescatar un cuerpo desnudo y probablemente nada atlético, y seguramente fofo, laxo. Se acabaron los temores de ser la portada de un diario y aparecer como el huevastristes que ha murió en la ducha por culpa de un gasfitero embustero que quiso hacer un cachuelo y se hizo pasar como tal cuando en realidad era solo un albañil desempleado y no sabía nada de polos opuestos ni de positivo o negativo. Nada de nada.

Y en realidad no se cómo, pero el agua fría acaba de sacarme de una tristeza que empezaba a incomodarme, solo recordar el agüita fría me ha hecho pensar en tantas cosas y olvidarme que estoy tan triste y que un gasfitero falso iba a matarme limpiamente sin dejar el mínimo rastro, sin dejar el menor indicio de que había cometido el crimen perfecto.



sábado, 19 de junio de 2010

Altar

Un periódico  de hoy anuncia que los restos de José Saramago, serán cremados, la mitad de sus cenizas será llevada a su pueblo natal de Azinhaga y el resto será enterrado al pie de un olivo en el jardín de su casa en Lanzarote, donde pasó los últimos 17 años de su vida.

La cremación es una idea dulce luego de que ha llegado la muerte. Eso de quedarse por el resto del tiempo en un ataúd mientras los insectos se fecundan tiernamente sobre nuestra carne es una idea angustiosa y poco feliz.

Hoy estuve revisando minuciosamente un altar que mi madre tiene en su habitación, es una iglesia pequeña con varias imágenes, incienso y algunos aromas. Tapetes y otros objetos que le dan un aire sobrio y metafísico. Es un buen lugar para estar luego de que la muerte se encargue de nosotros, por lo menos así lo pienso. Espero que cuando llegue ese momento pueda ser cremado y que mis cenizas estén en ese lugar, no me agrada la idea de quedarme en un cementerio lleno de todos y de nadie, solo de soledad humana…

Saramago escribió siempre muy bien, muy profundo y sobretodo lúcidamente como:

Literatura

"Yo no escribo para agradar ni tampoco para desagradar. Escribo para desasosegar" (2009)

"Sigo escribiendo, intentándolas comprender (las cosas), porque no tengo nada mejor que hacer y sabiendo que llegaré al final sabiendo lo mismo que sabía antes, es decir poco o casi nada" (2007)

"El triunfo nunca ha sido un objetivo para mi" (2007)

"En un tiempo como el de ahora, en el que tan fácilmente se desprecia a los mayores, creo que soy un ejemplo muy bueno. Entre los 60 y los 84 he hecho una obra. Por tanto ¡ojo con los viejos!" (2007)

"Antes de empezar a escribir, tengo que escuchar lo que suena en mi cabeza, porque si acabo una frase con todo sentido, pero a esa frase le faltan armonía y melodía, es que aún sigue incompleta" (2007)

"No es que sea pesimista, es que el mundo es pésimo" (2005)

"El escritor es sólo un pobre diablo que trabaja" (2004)

"Yo no escribo por amor, sino por desasosiego; escribo porque no me gusta el mundo donde estoy viviendo" (2003)

"Si la literatura pudiera cambiar el mundo, ya lo habría hecho" (1999)

Premio Nobel de Literatura 1998 (Discurso de aceptación)

"El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir"

"Conocí gente del pueblo engañada por una Iglesia tan cómplice como beneficiaria del poder del Estado y de los terratenientes latifundistas, gente permanentemente vigilada por la policía, gente que durante innumerables veces fue víctima inocente de las arbitrariedades de una justicia falsa"

"No he tenido que renunciar al comunismo para llegar al Nobel"

Política

"Antes nos gustaba decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda" (2007).

"Disentir es uno de los derechos que le faltan a la Declaración de los Derechos Humanos" (2009)

George Bush, Tony Blair y José María Aznar son ejemplos de "mentiras universales" (2005).

La democracia se ha convertido "en un instrumento de dominio del poder económico y no tiene ninguna capacidad de controlar los abusos de este poder" (2004)

Sobre los secuestrados en Colombia: "Tres mil personas exigen en Colombia que sus vidas no sean utilizadas como peones en un ajedrez de intereses que no son los suyos" (2004).

"Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia" (2005)

"Con la elección del alemán Joseph Ratzinger como Papa "la Inquisición ha subido al poder" (2005)

"Ser comunista, socialista, o tener cualquier otra ideología es una cuestión hormonal" (1999)

Sobre el Sahara: "La ONU debe imponer a Marruecos la obligación de cumplir con sus resoluciones porque no se puede, no vamos a repetir aquí, en este caso, lo que pasó y continúa pasando con el problema de la causa palestina" (2009)



Modernidad

"El centro comercial es la nueva catedral de la sociedad actual" (2001)

"El bombardeo informático y de la televisión "nos ha rodeado de un ruido de fondo que nos impide pensar, dialogar y que las personas se encuentren frente a frente" (1997)

"Estamos llegando al fin de una civilización , sin tiempo para reflexionar, en la que se ha impuesto una especie de impudor que nos ha llegado a convencer de que la privacidad no existe" (2001).

Muerte

La muerte es un proceso "natural, casi inconsciente". "Entraré en la nada y me disolveré en ella" (2005)

"Nuestra única defensa contra la muerte es el amor" (2005)

"Espero morir como he vivido, respetándome a mí mismo como condición para respetar a los demás y sin perder la idea de que el mundo debe ser otro y no esta cosa infame" (1998)

"El menor de los males de nuestra civilización es la indiferencia y el mayor la violencia y ahora nos movemos inevitablemente entre ambos polos negativos" (1996).





miércoles, 16 de junio de 2010

Crepúsculo


El domingo estuvimos de sepelio. Oswaldo finalmente murió el sábado en la madrugada y hubo que llorar, pasar un par de malos días, volver a llorar y no decir nada, solo pensar en que la vida no regresa y que una vez que cruzamos la línea ya no podremos hacer los pendientes, no concluiremos los te quieros o los perdones que no se hicieron y se dieron a tiempo.

Mi padre dice que la muerte es una puerta que se cruza y tras ella encontraremos a todos los seres que hemos amado. No creo lo mismo, no imagino a mi padre cruzando esa puerta y encontrándose un día con las cinco mujeres con las que tuvo hijos y a las que seguramente amó mucho aunque en tiempos disímiles.

Los cementerios tienen siempre un olor triste, huelen a rosa y pena, a un perfume indefinido que siempre causa tristeza. Los funerales están siempre llenos de lágrimas hipócritas y falsas. Eso del pésame es un espanto, un sadismo que te repite que has perdido a alguien que amaste y que te has quedado un poco más solo.

No sé porque los sueños se diluyen siempre cuando uno habla de la muerte, no es algo que de miedo, pero la soledad es siempre aterradora, y después de una muerte siempre queda una estela de soledad, de vacío, de pasos que nunca más se darán y de cosas que siempre nos han de traer el recuerdo infame de que el tiempo empieza a ganarnos la batalla decisiva, la que finalmente perderemos cuando un día lloren por nosotros y no podamos ya verlo.