jueves, 8 de julio de 2010

Brisa

Habíamos cruzado la Avenida Collins. Miami es una ciudad fría por la mirada de su gente, por sus calles amplias que no te acercan a nadie y por que el suelo entero está cubierto de concreto, exceptuando algunos jardines breves y sus blancas playas llenas de mujeres en toples y sus piernas largas cruzando la costa de lado a lado.

Mi padre tenía más de cuarenta años, mi hermano 16 y yo 17. Caminábamos por la playa blanca del hotel. El Océano Atlántico mojaba nuestros pies desnudos mientras las rubias hermosas cruzaban por nuestro lado y nosotros teníamos las ansias infinitas de admirar sus pechos desnudos. Pero era imposible con un padre severo caminando al centro. Disimulábamos y mirábamos de reojo hasta hacernos doler los ojos, hasta quedarnos viscos y con los ojos muy torcidos.

Ellas, las mujeres bellas y casi desnudas caminaban por nuestro lado con sus pechos movedizos. Con sus senos grandes moviéndose de arriba hacia abajo. Sacudiéndose como la lengua de un animal cansado.

Nuestros pies se hundían en la arena húmeda. Nuestras ansias. Jack –mi hermano – No soportó más y anuncio su cansancio y sus ganas de sentarse en la arena para mirar el mar según él  y se sentó mientras mi padre y yo caminábamos como bobos por la playa.

Mi hermano sentado más que el mar y las gaviotas miraba los senos bamboleantes de las rubias estupendas con sus tangas de colores, sin hacerse problemas, sin más que el meneo de sus pechos florecientes besados por la brisa del pacífico.

Cuando retornamos de caminar, mi padre y yo . Encontramos a mi hermano con una mirada robusta y feliz y con las pupilas embriagadas por esa tarde mañana feliz.

Nosotros nos perdimos esa oportunidad por temor a decir la verdad.

1 comentario:

  1. Muy interesante la lectura pero hay detalles que hay que cuidar por ejemplo que Miami no esta en el Pacifico por lo demas todo OK

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