martes, 31 de agosto de 2010

A Marino le gusta leer mi web





Cada vez que llego a la oficina encuentro a Marino como una sombra en la inmensa sala de redacción. Urdiendo la manera más febril y avezada de atacarme, de darme un golpe artero casi imperceptible pero eficaz. Hace tiempo que me empezó a odiar desmedidamente.

Marino es un ser extraño que suele andar con chiquillos a los que lleva de la mano. Marino ha sido descubierto en sus abyectas salidas muchas veces. Una de ellas fue cuando una compañera de la sección locales, Catalina Rumorosa, lo descubrió, de inmediato la noticia no solo llegó a todos los rincones del diario, sino que  hizo llegar la noticia  hasta a diarios más contrarios de la competencia, los que publicaron veladas bromas en torno a ello. Marino había sido descubierto como un maricón.

En realidad no sorprendía que lo sea, sus ademanes lo delataban, su manera de vestir y ese andar de jinete insomne al que le han robado el caballo y no se ha percatado. A veces parecía que una escaldadura se hubiera instalado en sus posaderas y que le molestaba largamente. Caminaba como una vieja con incontinencia, pero el caminar de ese modo tan femenino lo deleitaba, se notaba en el brillo infame de esa mirada que soltaba lágrimas de felicidad, como un perro que segrega saliva luego de haber tenido un coito formidable. Como una pekinés que ha sido satisfecha, aunque marino de ser en un perro – que en cierta forma lo es- hubiera sido más bien un perro chusco y pulguiento. Un perro sucio hurgando entre los colgajos de otros perros callejeros.

Marino, me he dado cuenta hace tiempo, está buscando la manera de hacerme salir del diario en el que trabajo, de expectorarme, pero es un subalterno y no puede hacerlo. Hace tiempo que una de sus parejas ocasionales dejó una de las redacciones y él se siente frustrado, me cree el gestor de la salida del muchacho y me odia con un odio que solo había sentido antes de mis suegras. De las dos abuelas de mis hijos, un odio capaz de disfrazarse bajo la piel de un cordero, pero dispuesto a matarme en el mínimo descuido.

Marino me odia como una mujer a la que se le ha privado de algo que ella desea febrilmente, es un ser miserable y abyecto al que la vida lo ha llenado de frustraciones y dolores y parece que de muchos dolores más desde que descubrió que no podía amar a las mujeres y que le gustaban los chiquillos, los varones, los hombres. Desde que decidió vivir en el closet y aparentar ser un macho cuando en realidad cada vez que veía a uno se le escapaba el aire con un suspiro profundo e involuntario.

A Marino se le ha dado por leer las cosas que escribo en mi web, - que en realidad es un blog que manejo hace más de cinco años – ha intentado analizar cada uno de mis movimientos, hacerme un seguimiento y detectar mis puntos vulnerables, aquellos de los que podría sacar provecho. Primero descubrió – al menos eso creyó- que yo tenía una amante entre la gente del diario, pero se equivocó. Entonces empezó a fisgonear mis conversaciones telefónicas con ese aire a Chespirito, haciendo de lado su cabeza con esa actitud de gallo que pretende mirar hacia lo alto. Empezó entonces a darme la fama de saco largo, decía que Luz – la mujer a quien amo- me llamaba cada cinco minutos por el celular, que me tenía presionado y que yo era un pelele de su amor, que ella me tenía dominado, sometido. Esa fama que me obsequió se extendió rápidamente por las oficinas de redacción y por el set de televisión y yo me sentí feliz. Feliz de verlo tan infeliz por saber que una mujer me amaba tanto, como a él nunca lo amarían, como a él nunca ningún zambo levantador ni ningún chiquillo calentón lo iba a amar. Como ningún agarre cantinero lo iba a querer siquiera, porque a él nadie lo llamaba para nada, y si eso sucedía el se sonrojaba y se apresuraba a salir de la oficina para contestar el teléfono móvil, emocionado, apabullado, esperando oír un ronco acento que le diga – ¿cuando nos vemos? – una voz varonil que le diga que lo espera en una cantina para que él le compre unas cervezas y después le haga el amor en la soledad de su habitación y otra vez  de nuevo se marche dejándolo más solo todavía, solo y adolorido. Hasta una próxima vez en que la voz varonil de nuevo necesite beber unas cervezas y vuelva a llamarlo.

Por eso a Marino le molestaba que Luz me llame a cada instante y que yo le diga –Hola mi amor, ¿como has estado?- sin tener que salir despavorido a contestar donde nadie pueda oírme. Y le molestaba también oír hablar de mis hijos de sus gustos y travesuras, porque Marino no tenía hijos, y tampoco creo que llegue a tenerlos, porque Marino nunca va salir del closet para adoptar un niño, porque Marino detesta la felicidad por el solo hecho de que a él siempre le ha sido esquiva y huidiza.

El tercero intento fue el de indisponerme con mis compañeros de trabajo, para ello se valió de sus más bajas estrategias, experto chupamedias, franelero, sobón, mermelero y rosquete. No pudo hacer mucho dada la poca credibilidad que tiene entre el grupo que lo margina y no lo quiere. Buscó etiquetarme como un chico suave, es decir como un colega suyo, cuando descubrió que tenía un blog de poesía. No sabía que había publicado varios libros y que me habían publicado en otros países, entonces le salió el tiro por la culata y se sintió avergonzado.

Por eso ha seguido buscando minuciosamente las huellas de mi vida, mis movimientos, mis afectos, mis amigos, mis enemigos, mis debilidades. Solo ha podido encontrar algunos deslices bohemios y alcohólicos en noches de tertulia, pero nada que pueda serle útil. Nada que pueda servirle en realidad.

Por eso mientras se toca en su cama, piensa en mí y en la manera de hacerme daño, de vengarse por el amante que despedí sin que le diga adiós, porque aunque quiere no puede hacerlo retornar. Ahora quiere que me vaya, pero tampoco puede hacerlo. Se siente enfermo cuando ve que mi columna sale diariamente publicada en el diario y que él es incapaz de escribir un párrafo completo, se siente morir cuando ve que mis amigos, escritores notables, llegan a la oficina y me obsequian sus libros para leerlos y hablar de ellos en la columna que escribo, se siente mal cuando ve que las chicas que trabajan en la oficina me quieren y me tratan con amabilidad. Y se siente peor cuando cree que tengo una amante y no tiene modo alguno de probarlo. Eso le agradaría, destruirme moralmente. Tampoco ha podido.

Marino es un gusano gordo al que puedo aplastar en cualquier momento, pero es mejor dejarlo sufrir, en esa su miserable existencia, su soledad y su abandono. En una vida en la que es enteramente infeliz, ahogándose en su envidia, con insomnios febriles a medianoche, pensando en la manera de darme el golpe definitivo para ser feliz aunque sea por un instante.


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