jueves, 26 de agosto de 2010

La paloma


Una pareja de palomas había hecho un nido en el tejado de mi habitación. Todos los días las veía ir y venir trayendo hojas, ramas pequeñas, hilos y todo cuanto pudiera servir para construir su preciado nido. Ambas trabajaban a la vez, iban y venían sin parar. Después de varios días parece que habían conseguido instalarse adecuadamente entre la maraña de cables telefónicos y las vigas del techo.

Cierto día una de ellas apareció muerta, enredada en el hilo de una cometa que debió arrancarse con la fuerza del viento. Sobre el techo de la vivienda de enfrente la paloma esta yerta, enredada en el cable que le significó la muerte.

Desde entonces he visto a su pareja mirando el tejado con tristeza, picoteando junto a ella como en un rito fúnebre y lúgubre. Haciendo un sonido gutural como si fuese un llanto.

No sé porqué, después de ese día. La paloma solitaria decidió dejar su nido y construir otro a solo unos metros del primero. Un nido nuevo, como si el anterior le trajese recuerdos tristes.

Ha vuelto a traer en su pico, hojas secas, y ramitas de todas partes y cada vez que llega la tarde se acerca hasta el cadáver enredado de la que fuera su pareja para arrancarle algunas plumas que las traslada a su nido.

No sé exactamente cual es el pensamiento de ese animal tan tierno, pero estoy seguro que tiene un sentido. Vuela desde su nido hasta el cuerpo muerto de la paloma, pica las tejas y mira al cielo. Un cielo que lo contempla distante y que no le dice nada.

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