miércoles, 13 de octubre de 2010

El más bello error



Era el editor de la sección provincias del diario, además tenía, como hasta ahora, una columna en la que abordaba temas de toda índole; política, actualidad, economía, pero principalmente Cultura.

El trabajo de editor de provincias me permitía relacionarme con todos los corresponsales de provincias; Cutervo, Chota, Hualgayoc, San Pablo, San Miguel, Contumazá, San Ignacio… con todas excepto con una. La provincia de Celendín.

Celendín tenía en ese entonces una corresponsal quien no enviaba sus notas al correo de provincias, sino que lo hacía directamente al correo de la directora de ese tiempo, la directora luego me los rebotaba al correo y así fue por meses. La historia se repetía diariamente. Yo sabía de la existencia de una corresponsal en esa provincia, pero no tenía ni su correo electrónico, ni un número telefónico, nada en absoluto, toda la información me llegaba a través de la directora.

Cierta mañana al llegar al diario encontré a la Directora ofuscada, beligerante y preocupada – Cambiaste el título de una noticia de Celendín, me llamó esta mañana la corresponsal y te anticipo que causaste un gran problema – me advirtió con notable disgusto, con iracunda mirada y con ganas de estrujarme contra la pared. Traté de explicarle que fue un error involuntario, uno de esos que sucede entre mil, uno entre un millón. Fue inútil.

Ella estaba disgustada, me extendió un papel con un número telefónico sin escucharme – Llámala y ve como solucionas eso- me dijo indiferente y se perdió por la puerta entre la claridad de la mañana.

Yo sabía que suceden deslices involuntarios al momento de editar las noticias, por eso, luego de revisar el texto publicado llamé al número que tenía en el estrujado papelito de mi mano izquierda. Una voz me respondió desde el otro lado de la línea, le expliqué que era el editor de provincias, el hombre que le había causado tantos problemas con la publicación equivocada de la noticia. – Soy el editor de provincias y lamento la torpeza cometida, sucedió accidentalmente, no me di cuenta – le dije con sinceridad. Y ciertamente cuando uno se encuentra en la edición, una llamada telefónica, un ruido molesto, unas palabras o cualquier cosa pueden hacernos perder la ilación y cambiar el rumbo de la noticia. Una sola llamada al celular puede ser fatal, romper ese trance casi yoga y desconcentrar al punto de olvidar lo que uno había pensado.

Lo bueno fue que me entendió, se notaba que era una mujer tolerante, tenía una voz agradable y me sentí bien de hablar con ella.

Esa conversación me sirvió no solo para obtener el  número telefónico de la persona sin rostro, de esa mujer desconocida a quien cada día le editaba su información; esa conversación me sirvió para obtener su correo electrónico, para hacernos amigos virtuales, esos que no se conocen pero que se sienten a través de los correos electrónicos y la fluida correspondencia.

A partir de entonces las cosas cambiaron. Cada día ella me remitía la información al correo electrónico de provincias, a veces al caer la tarde y entre noticias que llegaban de todas partes conversábamos cosas que ya no eran un tema noticioso.

Pasaron semanas y un día decidimos conocernos. Ella tenía que viajar hasta aquí para hacer unos trámites engorrosos, era cuestión de un par de días. El día que llegó nos encontramos en una cafetería, en un lugar del centro de la ciudad. Quedamos a cierta hora de la tarde. Ella apareció luego de unos minutos de espera. Después salimos a caminar hasta la noche y la madrugada nos sorprendió sentados en la banca de madera de una plaza frente a una iglesia de arquitectura barroca. Nos pasamos la noche hablando de arte, de todas esas cosas que me hicieron descubrir un camino hacia su alma. Nos pasamos la noche hablando de los libros leídos y los libros por leer, de aquellos que no se habían escrito, estuvimos entumecidos de frío pero no de aburrimiento, mientras los transeúntes cruzaban el parque arrastrando su cansancio.

Han pasado unos años desde esa tarde en la que nos vimos por primera vez, probablemente un día dejemos el diario porque el mundo está hecho de caminos que se aparecen a cada instante, como aquel que apareció esa mañana con la llamada telefónica que hice para enmendar el error de la noticia publicada. Uno nuca sabe que pasará mañana, la vida tiene siempre días inesperados.

Han pasado algunos años y en todos ellos me equivoqué muchas veces al realizar la edición de noticias, muchas columnas más transcurrieron, los días siguieron y nuevas ediciones fueron llegando cada día.

Hoy, después de tanto tiempo, mi hija Azul juega ajedrez sentada en la sala de la casa, me mira con ternura y grita feliz cuando gana la partida y no tiene miedo a equivocarse. Esa niña de dos años y medio que fue la mejor noticia que escribimos Ella - mi corresponsal antes, hoy mi esposa y a quien conocí gracias a un error de redacción-  sin el cual no habría conocido nunca el camino verdadero del amor. Aquella equivocación, la de esa noticia de un mes de mayo, fue sin duda el más bello error de toda mi vida. Un error de esos del que uno nunca se arrepiente y que con el paso de los días se hace cada vez más tierno.

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